Al Dios de TODA consolación...

Cuando llega el momento de una enfermedad sobre la vida de un ser amado, lo sentimos mucho.

Actualmente me encuentro en la aflicción de ver a mi suegro padecer un prolongado tiempo de internación en donde el futuro de su salud pareciera ser incierto.

Más allá de la fe en el Señor, en Su poder para sanar, en Su gloriosa misericordia para recibirle en caso de que debiera ya partir, existe en mi corazón el anhelo de volver a verlo sonreír.

Pero el sonido del respirador artificial me trae a la realidad de su inconciencia momentánea.

¿Qué decir ante el dolor?

¿A quién culpar?

¿Quién realmente valora esa vida que yace inerte en una cama de terapia intensiva, en las horas en las que no es permitida la visita de terceros?

Médicos y enfermeros hacen lo que pueden. Pero... ¿harán todo lo posible?

El enemigo prepara una gran fiesta a costa de nuestras dudas y flaquezas.

“¿Dónde está ahora tu dios?” nos pregunta irónicamente.

Sabemos que está a nuestro lado. No hay nada que pueda separarnos de este inmenso amor. Él (Jesús) es el mejor consuelo, el mejor asistente en los momentos más difíciles de la enfermedad.
Si bien mis ojos observan la realidad física, el Espíritu de Dios se sigue moviendo sobre la faz de la tierra y está presente en este momento de luchas.

Mientras… Sigo esperando en el Señor esa respuesta que llegará tarde o temprano.

Le veré pronto recuperado, o bien, le veré pronto junto al Señor en los cielos. Lo importante es que ya lo sé… Le veré pronto !

Y juntos podremos gozar de la libertad que tenemos en Cristo.

Porque no hay enfermedad, ni demonio, (mucho menos hombre o mujer en esta tierra) que pueda separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. Tanto en nuestra relación vertical, Dios-hombre, como en la horizontal que gozamos con todos los hermanos en Cristo. Aquellos que hemos nacido de nuevo.

Pero no aquellos que por hipocresía invocan al Señor. Sino los que de corazón limpio confían en Él.

El que tenga oídos para oir. ¡QUE OIGA!

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