Hermana abusada. Crónica de un abuso.

El vínculo familiar en el abuso suele ser un agravante en cuanto a lo legal.

Ignoro los aspectos legales del abuso pero, aunque considero que existen herramientas para hacer frente a un abusador con artillería legal, no creo que sean suficientes (como en muchos otros ejemplos y tipos de daños) para combatir las heridas que van por dentro.

¿Es suficiente el evangelio para sanar heridas tan profundas?

Largo es el camino y el proceso para desandar violencias injustificadas hacia nuestra persona. Aún en el camino del Señor, vemos que no es suficiente (muchas veces) con el consejo, con la reprensión, con la predicación, ni con las reuniones de sanidad interior entre otras “soluciones evangélicas” tan distantes de lo que la biblia enseña.

Es compleja la mente del ser humano, pero sencillo el evangelio.

Personalmente creo en el poder del evangelio, y sé que es suficiente para cambiar las vidas y restaurar a las personas, pero no me fío del evangelio en el que se suele creer actualmente.

El evangelio es poder de Dios. Puro, eterno, ilimitado y accesible para los cristianos. De eso se trata pues, Él es nuestro padre. Hemos sido engendrados por el evangelio (eso dicen las escrituras). Heredamos por tanto el caudal divino de poder necesario para estar de pie frente a cualquier cosa que nos pueda suceder en este mundo.

Aún así, existen etapas en donde nuestra antigua naturaleza (llamada “carne” por el apóstol Pablo) intenta que veamos la realidad con la mirada que teníamos de las cosas antes de conocer a Dios.

El conflicto muchas veces es severo. Por momentos lo es tanto, que nuestra fe y hasta nuestras propias convicciones cristianas, tan firmes hasta hace un minuto, comienzan a tambalear de modo peligroso.

Es parte de la lucha que mantenemos mientras estamos de paso por este período corto de tiempo al que llamamos vida.

Pues bien. Hace pocos días, una hermana en Cristo, me comentó de su dolor. Casualmente hablando de temas relacionados a mi familia y a ciertos comentarios que hice sobre mi hija, ella mencionó lo siguiente rompiendo en llanto en el transcurso de su comentario:

- “¡Cómo se ve que la querés a tu hija!” - y prosiguió:

- “Yo no tuve una infancia en donde fuera amada. Mi madre nos abandonó cuando éramos muy pequeños. Mi padre bebía alcohol y siempre estaba borracho. Nos colgaba de una cuerda que tenía para colgar la ropa y allí, desnudos con frío o calor, nos castigaba con latigazos de tres tiras.”

- “Nos gritaba cosas como: “Así van a aprender estos hijos de la prostituta!” refiriéndose a nuestra madre.”

- “Con el tiempo crecimos y por un tiempo vivíamos con nuestra abuela.”

- “Desde edad muy temprana, nuestro padre nos prostituía con sus amigos con el único propósito de obtener un poco más de vino… La imagen que tengo de mi propio padre no es buena. Tampoco la de mi madre.”
- “Más adelante escapé y viví por mucho tiempo en la calle, de donde fui rescatada por el Señor”.

- “Pero mis problemas, aún en la convivencia con otros cristianos, siempre me produjo problemas”.

Lamentablemente no he podido escucharle más tiempo. Mi trabajo en relación de dependencia me impidió mantener un diálogo más prolongado para conocer cuál es su estado actual en Cristo.

Pero no es el único problema. Ya he recibido mensajes de personas que han padecido violaciones, abusos y maltratos por parte de familiares (padres, hermanos, etc). En todos los casos, el resultado es una fe debilitada por el conflicto de no poder “encajar” en el marco de esta sociedad perfeccionista (tanto más en el ambiente cristiano), en donde todos estos temas son verdaderos “tabús” que de una vez por todas deberían ser puestos sobre el tapete y conversados a fondo.

Sólo quería escribir estas líneas para no olvidar. Para que otros también recuerden. Generalmente siempre tenemos alguna marca de nuestra infancia que recordamos como cosa no deseada.

Que el Señor los bendiga !!!

Raimundo

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