Uno mayor que el templo

Este escrito ha sido publicado con permiso de su autor, el doctor Pablo R. Bedrossian.

El Dr. Pablo R. Bedrossian, es cristiano, músico y profesional de la medicina. Personalmente me gustó mucho la mirada que arroja sobre este tema y considero que lo mejor es dejarlos en compañía de su contenido:


Los templos no son una creación cristiana, ni judía. Sin embargo, han tenido un alto impacto en la historia del judaísmo y posteriormente en la de la iglesia. Mi propósito es cuestionar algunos conceptos que por ser tradicionales parecen ciertos. Fiel a mi estilo, abro la polémica. 

EL TEMPLO PARA LOS JUDIOS 

Aunque la Biblia no pretende ser un libro de Historia, da referencias que sugieren que los lugares de culto más primitivos fueron altares de piedra donde se realizaban sacrificios. Según el texto fueron utilizados por patriarcas como Noé (Gn.8:20-21), Abraham (Gn.12:6-8, 13:18) e Isaac (Gn.26:24-25). 

El tabernáculo y la posterior construcción del templo de Jerusalén muestran una “paganización” de Israel al reducir a un sitio específico la residencia divina en la Tierra. Según el 2º Libro de las Crónicas, Salomón comenzó el discurso inaugural del templo con una afirmación categórica: “Jehová ha dicho que él habitaría en la oscuridad. Yo pues he edificado una casa de morada para ti, y una habitación en que mores para siempre” (2 Cr.6:1-2). Si bien luego dice “Mas ¿es verdad que Dios habitará con el hombre en la tierra? He aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener: ¿cuánto menos esta casa que he edificado?” (2 Cr.6:18), el Lugar Santísimo del templo constituyó para el pueblo judío el lugar de la presencia de Dios, estatus al que jamás aspiraron las posteriores sinagogas, sitios de reunión religiosa. 

Cuando la mujer samaritana le dijo a Jesús “Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn. 4:20) hizo referencia a un templo que los samaritanos construyeron en el monte Gerizim, mencionado por Flavio Josefo en su obra “Antigüedades”, que fue destruido por Juan Hircano, uno de los macabeos, en la segunda mitad del siglo II a.C. El relato revela una disputa más profunda: ¿Cuál es la residencia de Dios? ¿Dónde debe adorársele? Los samaritanos continuaban ofreciendo su culto en el mismo emplazamiento, mientras los judíos lo hacían en su templo, cuya reconstrucción relata el Libro de Esdras. 

Flavio Josefo menciona en la misma obra un templo judío erigido en Egipto por el sacerdote prófugo Onías IV, donde se rindió culto hasta el año 74 d.C. Su construcción provino de una disputa por el Sumo Sacerdocio. 

Como se observa, los judíos reservaban el concepto de “casa de Dios” para el templo, que junto al sábado resultaban instituciones emblemáticas para su nación. El Lugar Santísimo seguía siendo el lugar reservado para la presencia de Dios, a donde el Sumo Sacerdote tenía acceso exclusivo. 

EL TEMPLO PARA LOS CRISTIANOS 

El cristianismo nació como una secta judía que creía que Jesús era el Mesías, por ello el templo de Jerusalén ocupó un lugar importante en la vida de los primeros cristianos: “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hc.2:46) y “Todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hc.5:42). En estos textos notamos simultáneamente la importancia de los hogares como sitio de reunión. 

La predicación del evangelio generó graves conflictos en Jerusalén. Incluso Flavio Josefo, también en “Antigüedades” cuenta el asesinato por cuestiones religiosas de Santiago, el hermano del Señor Jesús, defensor de la Ley y cabeza de la iglesia de esa ciudad. Aunque dice que fue apedreado, Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica” cita a Clemente quien dice que fue arrojado desde el pináculo del templo, y luego a Hegésipo, que combina ambas versiones. Se estima que ocurrió en el año 62. 

A mediados del siglo I el evangelio ya había adquirido un alto perfil misionero. Independientemente de la destrucción del templo profetizada por el propio Jesús (Mc.13:1-2), se extendió al mundo gentil. Fuera de Jerusalén la iglesia no disponía de edificios sagrados. Vemos al apóstol Pablo enseñar en sinagogas, y si era rechazado, hacerlo fuera de ellas. Por ejemplo, leemos que durante dos años Pablo enseñó en las escuela de un tal Tirano en Éfeso (Hc.19:8-9), y en sus cartas encontramos la mención “a la iglesia que está en su casa” (Ro.16:5, Col.4:15) que confirma los hogares como sitio de reunión. Por ello no nos sorprende que el templo cristiano más antiguo conocido sea recién de principios del siglo III, en Dura-Europo, Siria. La datación se debe a que la ciudad fue abandonada en el año 256. Se cree que fue una casa particular convertida en lugar de culto, y los frescos con temas bíblicos en sus deterioradas paredes parecen haber sido utilizados con fines de enseñanza. Hace poco se publicó acerca de un lugar de culto en Rihan Jordan, a 50km de Amman, capital de Jordania, que contiene antiguas inscripciones cristianas, pero aún los arqueólogos discuten si se trata de un templo antiguo o una iglesia bizantina construida sobre ruinas de otro edificio anterior. 

Como vemos, los templos cristianos aparecieron muy tarde en comparación con la fe cristiana, prácticamente dos siglos después. Algo similar ocurre con el uso de la palabra “sacerdote”, en griego hierous, dentro de la iglesia. La palabra sacerdote, cuyo significado es mediación entre Dios y los hombres para los sacrificios, no pertenece al Nuevo Testamento. Eusebio de Cesarea utiliza este término aplicado a un ministro del evangelio recién en el último libro de su “Historia Eclesiástica”, escrito probablemente a principios del siglo IV. 

EL TEMPLO VIVIENTE 

Muchas iglesias se han vuelto templocéntricas, cultocéntricas, domingocéntricas y pastorcéntricas. Al decir templocéntricas señalo que la vida de muchas iglesias se concentra en un edificio dedicado al culto divino. De hecho, la palabra iglesia, que hace referencia a la comunidad formada por los cristianos, se utiliza como sinónimo de templo (“vamos a la iglesia”). 

Un templo per se, desde luego, no es ni bueno ni malo. Todo depende del uso que se le dé. Sin embargo, quisiera compartir algunas ideas para el debate. Son opiniones, no verdades, y llevan el propósito de renovar nuestra visión de la vida y la de la iglesia. Recordemos que los templos no son una creación cristiana y que aparecieron tardíamente en la vida de la iglesia. 

Jesús nos envió al mundo, no a los templos. El imperativo “Id” (Mt.28:19,20) es un llamado a servir. El foco del Señor estuvo en las necesidades humanas y con su ejemplo nos mostró que los cristianos estamos llamados a bendecir y “bien hacer” a otros. A veces siento que las paredes de los templos funcionan como muros aislantes, que nos separan de la realidad y contribuyen a ignorarla. No percibo interés en conocer qué pasa fuera de él. No sólo la ciencia, la filosofía o las ideologías, sino problemas sociales como la pobreza, el hambre, las guerras, la violencia, los daños ambientales, la educación, la injusticia y las enfermedades presentan tremendos desafíos a la iglesia de hoy, pero parecen estar ausentes. Incluso me pregunto si algunos cultos (actividad central en la vida de nuestros templos) no alentarán involuntariamente una narcosis espiritual, pues proporcionan emociones fuertes que producen un intenso gozo que puede confundirse con adoración. Si realmente vivimos una experiencia de adoración deberíamos salir del templo a ayudar al prójimo, no a buscar solamente la bendición para nuestros proyectos. Por favor, no se piense que no valoro el culto, del que me gusta participar, y menos de la música, pues he dedicado muchos años de mi juventud a escribir canciones para Dios, pero sí me preocupa el efecto que tiene la vida dentro del templo, sobre todo cuando se reemplaza el llamado de Jesús con nuestro propio entretenimiento, o nuestra protección porque a veces también puede servir para no exponernos. 

El cristianismo “centrípeto” que provocan los templos ha hecho que hablemos de “ir a la iglesia” mucho más que de “ser iglesia”. Cuando Jesús dijo “uno mayor que el templo está aquí” (Mt.12:6) se estaba poniendo por encima de cualquier institución, incluidas las religiosas. Por ello, un segundo aspecto que quiero señalar es el peligro de sacralizar un edificio, aún por el uso para el que fue dedicado. El templo cristiano no es “casa de Dios”, sino un lugar de reunión que puede ser utilizado para otros fines (comedor, práctica de deportes, escuela), así como cualquier lugar fuera del templo puede ser sitio de culto. La comunidad cristiana no está llamada a funcionar dentro del templo, sino a apoyarse mutuamente (no hace falta citar cómo Jesús y luego el apóstol Pablo nos enseñan el amor recíproco resumida en la expresión “los unos a los otros”). Ese espíritu solidario trasciende largamente el ámbito del templo, y nos llama a ser hermanos todos los días fuera de él. 

El Nuevo Testamento nos presenta como templos vivientes (1 Co.3:16-17, 2 Co.6:16). Deben ser nuestras personas y no nuestros edificios donde resida Dios, y su amor se manifieste en nuestros prójimos. Por ello se nos invita a consagrarnos a su servicio: “hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro.12:1). Pienso que la iglesia primitiva no necesitó templos de piedra para crecer, sino templos de carne y hueso. Fueron los cristianos, allí en la intimidad de sus corazones, donde la comunión con Dios se transformó es una fuerza evangelizadora arrolladora. 

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