Cartas del Diablo a su sobrino

Con este título, escribió Clive Staples Lewis (el mismo autor de las Crónicas de Narnia) un libro en donde ilustra lo que sucede en la vida de cada ser humano pero en el ámbito espiritual.

Es sólo una ilustración de lo que sucede, sin que el hombre o la mujer puedan percatarse de que esto realmente suceda (los demonios son prácticos a la hora de pasar desapercibidos).

Les dejo el siguiente párrafo del libro con una pequeña introducción necesaria para comprender el modo en que ha sido escrito. De otro modo podría malinterpretarse.

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Pequeño comentario introductorio de Rubén Lago:

El libro está compuesto por 32 misivas de Escrutopo, “demonio tentador con rango de secretario”, a Orugario, su inexperto sobrino, quien tiene como misión conseguir la condenación eterna de su “paciente”, un joven inglés residente en Londres, durante la primera guerra mundial.

Lewis comentaba que se había “ahogado” escribiendo el libro y ciertamente este es un ambiente enrarecido. Se trata del infierno y no hay la menor tentación de mostrarlo como un lugar divertido.

Característico del libro y de la mente de Lewis es el lenguaje infernal. Escrutopo se refiere a las autoridades con títulos que evocan un mundo al revés. A él lo llaman “Su Abismal Sublimidad”. Satanás en persona es el “padre de las profundidades”; los demonios más importantes son parte de la “bajojerarquía”. El hombre es un híbrido repugnante, porque tiene cuerpo y alma. La Encarnación es un episodio deshonroso. Dios es “el Enemigo” y Lucifer no fue arrojado del cielo; se marchó de él disgustado por ese sentimiento mezquino con que el Enemigo busca a esos “gusanillos ” creados por Él.

Capítulo VI

Mi querido Orugario:

Me encanta saber que la edad y profesión de tu cliente hacen posible, pero en modo alguno seguro, que sea llamado al servicio militar. Nos conviene que esté en la máxima incertidumbre, para que su mente se llene de visiones contradictorias del futuro, cada una de las cuales suscita esperanza o temor. No hay nada como el suspense y la ansiedad para parapetar el alma de un humano contra el Enemigo. Él quiere que los hombres se preocupen de lo que hacen; nuestro trabajo consiste en tenerles pensando qué les pasará.

Tu paciente habrá aceptado, por supuesto, la idea de que debe someterse con paciencia a la voluntad del Enemigo. Lo que el Enemigo quiere decir con esto es, ante todo, que debería aceptar con paciencia la tribulación que le ha caído en suerte: el suspense y la ansiedad actuales. Es sobre esto que debe decir: “Hágase tu voluntad”, y para la tarea cotidiana de soportar esto se le dará el pan cotidiano. Es asunto tuyo procurar que el paciente nunca piense en el temor presente como en su cruz, sino sólo en las cosas de la que tiene miedo. Déjale considerarlas como cruces: déjale olvidar que, puesto que son incompatibles, no pueden sucederle todas ellas. Y déjale tratar de practicar la fortaleza y la paciencia ante ellas por anticipado. Porque la verdadera resignación, al mismo tiempo, ante una docena de diferentes e hipotéticos destinos, es casi imposible, y el Enemigo no ayuda demasiado a aquellos que tratan de alcanzarla: la resignación ante el sufrimiento presente y real, incluso cuando ese sufrimiento consiste en tener miedo, es mucho más fácil, y suele recibir la ayuda de esta acción directa.

Aquí actúa una importante ley espiritual. Te he explicado que puedes debilitar sus oraciones desviando su atención del Enemigo mismo a sus propios estados de ánimo con respecto al Enemigo. Por otra parte, resulta más fácil dominar el miedo cuando la mente del paciente es desviada de la cosa temida al temor mismo, considerado como un estado actual e indeseable de su propia mente; y cuando considere al miedo como la cruz que le ha sido asignada, pensará en él, inevitablemente, como en un estado de ánimo. Se puede, en consecuencia, formular la siguiente regla general: en todas las actividades del pensamiento que favorezcan nuestra causa, estimula al paciente a ser inconsciente de sí mismo y a concentrarse en el objeto, pero en todas las actividades favorables al Enemigo haz que su mente se vuelva hacia sí mismo. Deja que un insulto o el cuerpo de una mujer fijen hacia fuera su atención hasta el punto que no reflexione: “Estoy entrando ahora en el estado llamado Ira… o el estado llamado Lujuria”. Por el contrario, deja que la reflexión: “Mis sentimientos se están haciendo más devotos, o más caritativos” fije su atención hacia dentro hasta el punto que ya no mire más allá de sí mismo para ver a nuestro Enemigo o a sus propios vecinos.

En lo que respecta a su actitud más general ante la guerra, no debes contar demasiado con esos sentimientos que odio de los humanos son tan aficionados a discutir en periódicos cristianos o anticristianos. En su angustia, el paciente puede, claro está, ser incitado a vengarse por algunos sentimientos vengativos dirigidos hacia los gobernantes alemanes, y eso es bueno hasta cierto punto. Pero suele ser una especie de odio melodramático o mítico, dirigido hacia cabezas de turco imaginarias. Nunca ha conocido a esas personas en la vida real; son maniquíes modelados en lo que dicen los periódicos. Los resultados de este odio fantasioso son a menudo muy decepcionantes y, de todos los humanos, los ingleses son, en este aspecto, los más deplorables mariquitas. Son criaturas de esa miserable clase que ostentosamente proclama que la tortura es demasiado buena para sus enemigos, y luego le dan té y cigarrillos al primer piloto alemán herido que aparece en su puerta trasera.
Hagas lo que hagas, habrá cierta benevolencia, al igual que cierta malicia, en el alma de tu paciente. Lo bueno es dirigir la malicia a sus vecinos inmediatos, a los que ve todos los días, y proyectar su benevolencia a la circunferencia remota, a gente que no conoce. Así, la malicia se hace totalmente real y la benevolencia en gran parte imaginaria. No sirve de nada inflamar su odio hacia los alemanes si, al mismo tiempo, un pernicioso hábito de caridad está desarrollándose entre él y su madre, su patrón y el hombre que conoce en el tren. Piensa en tu hombre como en una serie de círculos concéntricos, de los que el más interior es su voluntad, después su intelecto y finalmente su imaginación. Difícilmente puedes esperar, al instante, excluir de todos los círculos todo lo que huele al Enemigo; pero debes estar empujando constantemente todas las virtudes hacia fuera, hasta que estén finalmente situadas en el círculo de la imaginación, y todas las cualidades deseables hacia dentro, hacia el círculo de la voluntad. Sólo en la medida en que alcancen la voluntad y se conviertan en costumbres nos son fatales las virtudes. (No me refiero, por supuesto, a lo que el paciente confunde con su voluntad, la furia y el apuro conscientes de las decisiones y los dientes apretados, sino el verdadero centro, lo que el Enemigo llama el corazón) Todo tipo de virtudes pintadas en la imaginación o aprobadas por el intelecto o, incluso en cierta medida, amadas y admiradas, no dejarán a un hombre fuera de la casa de Nuestro Padre: de hecho, pueden hacerle más divertido cuando llegue a ella.

Tu cariñoso tío
ESCRUTOPO

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